lunes, 5 de diciembre de 2011

Una sociedad fatua

Publicado el 05/Diciembre/2011
Sucedió en Iñaquito

Por: Santiago Aguilar
Especial para HOY

Los detractores del espectáculo taurino exhiben como uno de los ejes de discurso la supuesta falta de identidad nacional de la fiesta de los toros, señalando que esta manifestación artística fue impuesta por los españoles a su llegada al nuevo mundo y en el caso puntual de Quito, hace 477 años. Agregan que, al tratarse de una fiesta extranjera, debe desecharse. El alegato se completa con la idea de que quienes practican el toreo o cultivan esta afición son individuos de raza blanca, distintos, muy distintos a los mestizos y longos que conforman la mayoría etnográfica de nuestro país.

Argumentos endebles y simples que solo encuentran base en el proyecto político de quienes lideran las corrientes antitaurinas, en un preocupante propósito de división social, en un absurdo rechazo a nuestra verdadera identidad nacional y, lo que es lamentable, el desconocimiento de nuestras raíces históricas y antropológicas.

La fiesta de los toros en el Ecuador encuentra su origen con la llegada del toro bravo, en especial el de origen navarro, que arribó -en aquel entonces- a la Gobernación de Quito procedente del Virreinato de Nueva España transportado por las rutas marítimas utilizadas para abastecer de ganado al Virreinato del Perú; se cree que el puerto de desembarque fue El Callao, y desde allí lo condujeron al norte por las estribaciones de la cordillera de los Andes. Datos históricos confirman que la llegada de gran número de reses a Quito respondía a las necesidades de alimentación de la población en aumento. De hecho, en 1537 se realizaron las primeras marcas para el ganado, tarea indispensable por el crecimiento de los hatos ganaderos.

Las actividades productivas de los religiosos y su afición a los toros derivaron en el vertical crecimiento del número de cabezas de ganado en sus tierras. Un registro de 1633 fija en 7 000 las reses existentes en la hacienda Pedregal.

A la par del crecimiento del número de reses en Quito, se multiplicaron las corridas de toros; prácticamente en todas las plazas públicas se efectuaron "juegos de toros" en los que la participación de los quiteños creció a medida de la expansión de la afición, pronto los habitantes de la reciente urbe se identificaron con la práctica, al tiempo que de la expansión de las funciones taurinas, los españoles fueron relegados y los mestizos e indígenas las hicieron suyas y se convirtieron en sus principales promotores y cultores.

Hoy más de cuatro siglos después, mirando el notable comportamiento de los toros de las ganaderías nacionales, la impresionante asistencia de público a lo largo de la feria y la destacada actuación de los toreros ecuatorianos; debemos reconocer que esta fiesta nos pertenece al formar parte de nuestra estructura social y cultural; es de rigor entonces proteger y reivindicar al espectáculo taurino en tiempos en que se busca borrar el pasado para intentar dibujar una sociedad fatua, carente de raíces, significados y contenidos.

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