sábado, 3 de diciembre de 2011

La juventud es la garantía del futuro

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Los españoles que acudimos a las corridas quiteñas, desde profesionales del toreo a periodistas y aficionados, observamos con sana envidia la gran cantidad de jóvenes que acuden día a día a los tendidos de la Monumental de Iñaquito.

Se pueden calcular en miles los adolescentes y veinteañeros que acuden atraídos por la emoción de este espectáculo y el magnetismo de los toreros, a los que tienen considerados como verdaderos ídolos, al nivel de famosos cantantes o deportistas.

Por mucho que las ordenanzas que intentan abortar la pasión de los ecuatorianos por los toros se empeñen en limitar su asistencia, o incluso prohibir, contra la patria potestad de los padres, que puedan entrar a las plazas los menores de 12 años, la desbordante afición de estos jóvenes es la mejor garantía de futuro del espectáculo en el Ecuador. Su mayor riqueza.

Bastaba con ver ayer cómo, al final de la corrida, un aluvión de chicos y chicas saltaba al ruedo para sacar a hombros al paisano Juan Francisco Hinojosa y para acercarse al tan idolatrado Sebastián Castella, que tuvo que salir de la plaza protegido del acoso de sus seguidoras, al estilo de las más famosa estrellas del rock and roll.

No se puede luchar contra circunstancias y convicciones tan evidentes como esta pasión con que la juventud quiteña acude a la plaza. Porque ni estos jóvenes ni sus padres sienten que ir a los toros, a disfrutar de la lidia y de las faenas de esos personajes ejemplares que son los toreros, sea para nada contraproducente en su educación ni suponga un mal ejemplo a seguir. Al contrario.

Esos jóvenes, esos miles de chicos y chicas que estuvieron ayer en la plaza salían del recinto cargados de entusiasmo y optimismo, plenos de vitalidad y de moral después de emocionarse con la bravura del sexto toro y con la determinación de otro joven, y tan cercano a ellos, que ha decidido afrontar el sacrificado sacerdocio que es el toreo profesional.

No, desde luego que no: los toros no generan violencia, como arguyen sus detractores, que se atreven incluso a establecer delirantes e insultantes similitudes de los aficionados con los maltratadores de mujeres. Más bien, como sucede con todas las Bellas Artes, y el toreo lo es aunque haya a quien le cueste reconocerlo, la tauromaquia ayuda a cultivar la sensibilidad y los buenos sentimientos de quienes lo contemplan con espíritu abierto.

En mis más de 40 años acudiendo a plazas de todo el mundo, no he visto aún que nadie salga de una plaza dispuesto a apuñalar al partidario de otro torero o a quemar y derribar los contenedores de basuras si el festejo no ha sido lucido, como a veces sucede con el fútbol. Y no por ello se convocan referéndums para intentar prohibir la Copa Libertadores ni las ligas nacionales.

La educación, el talante democrático y la apertura de mente del público que acude a los toros son hoy por hoy un ejemplo de convivencia en este mundo agitado y violento. Un buen modelo a observar si se quiere emprender, por ejemplo, una revolución cívica en el país.

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