jueves, 4 de noviembre de 2010

La pasión te puede matar, pero seguro que te hace vivir.


MUNDOTORO



Esta forma de mentirnos para protegernos. Este modo de domesticar la vida y la muerte. Esta forma de globalizar con anestesia todo lo que no encaja en la razón. Esa forma de ocultar la pasión por si acaso, o por miedo a que sea verdad y pidamos un bis. La misma forma de sustraernos el dolor. Porque duele. Esta es una sociedad donde sobran los poetas, la literatura, la pintura, el genio, el carácter, el talento, el miedo y el valor.



Justo lo que va pegado a un pase, a un lance. Es por eso que, siendo el toreo un espectáculo no globalizable, no domesticado, despegado de la racionalidad, estamos al borde de la ley y del supuesto orden. No es el animal toro el que desajusta a la sociedad, es el animal hombre quien la deja perpleja: la muerte.



El animal hombre es lo que le preocupa a esta sociedad del confort globalizado que decide cómo, cuándo, dónde y por qué uno se tiene que morir. Y lo que es peor, que decide cómo, dónde, cuándo y por qué y hasta con quién se ha de vivir. Este animal hombre, con la razón elevada al infinito a través de su pasión, es el que molesta, desubica, el que se hace inexplicable. Y ya se sabe que lo que no se puede explicar, mejor se prohíbe. Porque lo inexplicable no sólo no se domestica. Es rebelión. Rebeldía.







El toreo es eso en la vida y en la muerte, pura actividad apasionada sin explicación razonable o cartesiana o lógica o matemática. El toreo no oculta lo que esta sociedad oculta porque no domina, porque le da miedo: la vida y la muerte. Murió de lo que mueren los toreros a veces. De un ataque de pasión. La pasión te puede matar, pero seguro que te hace vivir.







Y eso. A esta sociedad, le da pánico.

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