domingo, 28 de febrero de 2010

Los toros en el Quijote/ Santiago Aguilar



Por Santiago Aguilar

Diario Hoy, 28 de febrero de 2010

Con la idea de continuar explorando la trascendencia de la fiesta de los toros y su presencia en diferentes actividades intelectuales, cabe citar un interesante artículo contenido en la obra Los Toros de José María Cossío, en el que bajo el titular "Los toros en El Quijote" refiere un simpático episodio vivido por Don Quijote y Sancho. En la novela, describe Cervantes, a quien agradaban los toros, un fortuito y accidentado encuentro entre la inmortal pareja y un encierro de toros que era conducido a un festejo popular.

"La suerte (…) ordenó que de allí a poco se descubriese por el camino muchedumbre de hombres a caballo, y muchos de ellos con lanzas en las manos caminando todos apiñados de tropel y a gran prisa. No los hubieron bien visto los que con don Quijote estaban cuando, volviendo las espaldas, se apartaron bien lejos del camino, porque conocieron que si esperaban les podía suceder algún peligro; solo son Quijote con intrépido corazón se estuvo quedo, y Sancho Panza se escudó en las ancas de Rocinante. Llegó el tropel de los lanceros, y uno de ellos venía más adelante, a grandes voces comenzó a decir a don Quijote:
"Apártate, hombre del diablo, que te harán pedazos estos toros."

Ea, canalla -respondió don Quijote-, para mí no hay toros que valgan, aunque sean los más bravos que cría Jarama en sus riveras. Confesad, malandrines, así a carga cerrada, que es verdad lo que yo aquí he publicado; si no conmigo sois en batalla.

"No tuvo lugar de responder el vaquero, ni Don Quijote le tuvo de desviarse aunque quisiera, y así el tropel de los toros bravos y el de los mansos cabestros, con la multitud de vaqueros y otras gentes que a encerrar los llevaban a un lugar donde a otro día habían de correrse, pasaron sobre Don Quijote y sobre Sancho, Rocinante y el rucio, dando con todos ellos en tierra, echándoles a rodar por el suelo. Quedó molido Sancho, espantado Don Quijote, aporreado el rucio y no muy católico Rocinante."

Termina así la aventura del encierro de toros y el mal rato de don Alonso Quijano, el ingenioso hidalgo, descrito en la monumental obra publicada en dos partes entre 1605 y 1615. La escena de los bravos toros vivida en la imaginación del gran Cervantes fue recreada por un estupendo oleo de José Segrelles

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