domingo, 24 de enero de 2010

El prestigio de las orejas/ José Carlos Arevalo



Por José Carlos Arevalo

6 Toros 6, No. 791 agosto 2009

Las orejas en los toros son como los goles en el fútblo, el dato que prueba parte de lo que pasó. Pero sólo una parte, la otra es el toreo o el juego, algo que entienden todos y, por eso, las orejas y los goles, o su ausencia, confirman a muchos espectadores, a demasiados, que las cosas salieron bien o regular.
Se quiera o no, las orejas cuentan, tapan boca y hasta modifican el criterio de los supuestos expertos. Si no las hay, les resulta costoso dar aval a lo sucedido aunque sea bueno. Personalmente, me gustan las orejas: todos contentos. Pero como aficionado me traen un poco al pairo. Lo que de verdad valoro es lo que hace el torero y lo que plantea el toro. Y si la respuesta del diestro es valerosa, o inteligente, o inspirada, y si el toro no regala embestidas pero las tiene dentro, me doy por satisfecho.

Digo todo esto, a próposito de la Feria de Bilbao, cuando a mitad de abono sólo se ha cortado una oreja, lo que, paradójicamente, no quiere decir que hayamos asistido a malas corridas. En Vista Alegre se pide y sale al ruedo un toro serio, lo que de por sí limita a los toreros la conquista de trofeos. Además, se valora la ejecución y colocación de la espada en la suerte suprema, lo que los reduce aún más. Por otra parte, es cierto que en varias ocasiones el público ha solicitado la oreja y el presidente no la ha concedido. Pero su conducta no debería molestar aunque contradiga la voluntad del público, pues, hasta el momento, sus negativas han sido más razonables que la generosidad del tendido.

Las plazas de primera, en las que se lidia el toro más serio y se respetan todas las faes de la lidia, tienen ese inconveniente para el espectador y esa ventaja para el aficionado. Por el momento, hemos de conceder que en las Corridas Generales de 2009 la gente ha ido a Vista Alegre a ver una corrida de toros y ha visto una corrida de toros: todas las tardes. Y, para empezar, hay aspectos sustanciales de la lidia que han mejorado. La cudara de caballos francesa de Alain Bonijol ha permitido a los picadores hacer muy bien la suerte. Casi todos han citado al toro danto el medio pecho del caballo, se ha señalado arriba y delantero y todos han medito el castigo con solvencia. Es cierto que los toros, con menos pujanza de la necesaria, no han permitido una mayor brillantez, pero son muchos los picadores que han salido al ruedo entre aplausos. Además, y esto es muy importante, los bien domados caballos de Bonijol han dignificado el papel del equino en la suerte de varas. Ya no es el jamelgo antiguamente condenado a morir, ni tampoco el caballazo acorazado que impide la buena ejecución de la suerte. Bilbao es, con Sevilla, la plaza donde se pica mejor. Pero en Vista Alegre, a diferencia de la Maestranza, donde los caballos salen escoltados por un ejército de monosabios, los picadores van solos, hacen la suerte solos, y sólo aparecen los monos en ocasión de derribo. Otro cantar es, hasta el momento de escribir estas líneas, la disposición con que vienen los ganaderos. Cumplen con respecto al trapío y las defensas de los animales. Traen el toro grande, y en general bien hecho, pero no con el fondo de fuerzas necesario. Se ve que, atemorizados por la agresividad del toro malo, no los mueven ya tanto, lo que va en menoscabo del juego del toro bueno. Así sucedió con la corrida de Fuente Ymbro, en la que la falta de motor de algunos impidió que lucieran toda su bravura. Claro que los más encastados -sólo hubo uno manso, el sexto- tampoco sacaron a relucir la raza que llevaban dentro. Por ejemplo, más duros de patas, a El Cid se lo habrían comido crudo.

De acuerdo, pero ¿y las orejas?, me preguntará alguno. Pues las orejas llegarán, seguro que sí, pero con toros de verdad, lidiados de verdad y cortadas con razón. Serán menos que las vistas en otras plazas, pero rubricarán grandes faenas a auténticos toros. ¿Saben ustedes que me está gustando el reglamento vasco? Su puya equilibrada a su incisivo filo, sus medias orejas, sus limitadas puertas grandes, banales ya en casi todas partes. ¿No se han dado cuenta ustedes de que los costaleros, los mismos en todas las plazas, son ya más conocidos que los toreros? Acabemos con las orejas gratuitas y los triunfos falsos. Olvidemos los vicios de ayer. No siempre el pasado fue mejor.

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